SOÑADOR


Es una mañana en principio como otra cualquiera, cojo el coche, al abrir la puerta un olor dulzón y rancio como el de la muerte, me retuerce el nudo que desde que me desperté tengo en el estómago.

Elijo un desvío de autovía diferente, me quedo en un carril distinto al del día anterior sin prestar atención al flujo de la circulación. En el cristal delantero estallan varios insectos, uno detrás de otro, dejando formas como las de un test de rorschah sobre el que explotan gotas fugaces de lluvia. Como si el invierno quisiera aniquilar cualquier bostezo de la primavera.

Dejo el coche en un lugar donde no lo haya hecho nunca, curiosamente cada vez aparco más lejos. Mientras maniobro miro por el retrovisor y el olor se une a la imagen del ramo de rosas amarillas que sobre el gris del asiento trasero reposa mustio, como dormido sobre una polvorienta lápida.

Tomo café en un lugar diferente, y le hablo al camarero imitando un nuevo acento. Hoy toca en argentino.

Quizás estoy haciendo más zigzag que de costumbre pasando de una acera a otra, en un sobreesfuerzo por alejarme de cualquier familiaridad con el trayecto. Y aunque lo intento, no puedo evitar mirar un día más los colibríes de plástico dando vueltas al rededor de sus macetas en la puerta de la tienda del chino. Me visualizo dándoles una patada a modo de kung fú, lanzándolos por los aires con todos sus colores desparramados, mientras el chino grita improperios que no comprendo desde la acera. Éste pensamiento me alivia la presión del estómago.

Llego al portal y me freno en picado delante del ascensor, para recordar si ayer lo cogí y hoy toca subir por las escaleras. Entonces me quedo paralizado, porque aunque el lugar me resulta familiar, no sé por qué estoy ahí. Permanezco un buen rato en modo off, hay gente que sube y baja y me saluda, algunos me sonríen como si me conocieran, otros quizás por simple cortesía.

Entonces giro sobre mis pasos y salgo a la calle. Alzo la mirada y las nubes ensombrecen mi rostro dibujando un mapa del mundo. En mi garganta está África, mis pestañas son picos pirenaicos, en mi nariz termina Portugal. Tengo la sensación de ver por primera vez el universo que se abre ante mi, desde la puerta, del que ahora sí lo sé, va a dejar de ser mi trabajo.

Mis pasos de repente son islas que van despidiéndose de sus huellas para siempre. Paso por la rue tiquetonne, por Rompelanzas, por avenida Diagonal, calle Obispo, Notting Hill, la colina que desciende desde el Campidoglio hasta el Foro, Valdespartera, la quinta avenida con la calle 57, la plaza de la Villa, el Navy Pier, Potsdamer Platz, los rascacielos del Internacional Finance Centre, Glentworth street, el Darro...y comienzo a dar vueltas sobre mí mismo, ésta vez viendo solo las copas de los árboles que forman una franja verde junto al azul del cielo, y no hay nada más.

Lo siguiente que veo es mi imagen sentada en el coche, antes de dirigirse hacia un destino inmenso y desconocido. Me recreo en esa sensación de quien acelera sin dejar nada atrás. Con las rosas amarillas como la compañía perfecta, que casi me ata a la mujer que en cornamentas casi me mata. Y sintiéndome como si algo o alguien, quizás yo mismo, me acariciara el ombligo haciendo crecer en él una extensión que se alza hasta sirius, la estrella de la que alguien me habló alguna vez, y que de algún modo lleva tirando de mí desde hace mucho tiempo.


Supertramp-Dreamer


Imagen: Javier Benitez Toyos


Comentarios

Ely Martinez ha dicho que…
Eres increible!!! Que preciosidad !��
desdelpulgaryelindice ha dicho que…
Gracias Ely!, no vi tu comentario en su momento. : )