"ODA A UN RUISEÑOR"



Su boca es grande, no solo por fuera sino también por dentro. 

No para de mirar sus labios color de fresa. Le gusta como los mueve al hablar. Parecen un ser con vida propia sobre su propio ser. Se pegan y se despegan suavemente para emitir sonidos que se transforman en escudo altivo para evitar que puedan dilucidar su fragilidad, su extrema sensibilidad. Se arroja con las palabras al mundo, igual que lo hace con su sonrisa, franca y sincera.

El desnudo de su boca le provoca una atracción y un vértigo insostenibles. Como un juego entre imanes polares, como la luna con los mares, como las hojas pintadas en el viento, como un sueño despierto.

Hace un rato que el notario suena de fondo con alguna nota de humor sobre el matrimonio mas corto de la historia.

Él se fija en la forma de sus senos bajo el vestido de encaje negro. Quiere llevársela por completo en la memoria para nutrirse de su recuerdo en el destierro.

Mientras observa las pálidas manos firmando la batalla ganada por el miedo. Siente como resuenan tambores en su corazón, y un cruce de espadas divide su vientre en dos. 

La mirada de ella firmando el divorcio está rota y gris como un asfalto devastado por un misil.

Es su turno, sostiene el bolígrafo y su mente le hace patinar más aún, lo paraliza. De repente le llegan imágenes del último encuentro.

La tersa desnudez de ella, de nuevo su boca, abierta e inmensa, como una mañana de verano, bajo el gemido de la excitación.

Como un insecto ebrio de néctar, su contacto envuelve en un zumbido todo su cuerpo mientras siente el susurro de su voz de miel. De él se desprende un aroma denso que la embriaga y transforma en flor blanca, destilando azahar.

Gotas de lluvia salpicadas en su aterrizaje mortal sobre el suelo, así es su frágil cuerpo bailando convulso bajos sus manos. Teme dañarla pero el deseo enviste y le hace tornar los ojos bajo un éxtasis que sepulta bajo el silencio. Como todo lo que siente, lo guarda, lo retiene en su garganta, lo lapida, le sella la boca y le marca a fuego el corazón.

El cuerpo de ella cae desnudo sobre el de él. Mientras le acaricia el oscuro vello que se dibuja sobre su piel, él no para de hablar de todo y de nada a la vez. Quiere evitar sentir la intensidad de emociones que le nubla los sentidos mientras abraza a ese frágil ser. Siente la risa de ella, galopante y entrecortada sobre su pecho mientras le escucha en su murmurar errante. Como un río deja su huella en una coraza de tierra árida, la sonrisa de ella marca un relieve sobre la piel de su torso desnudo.

Ella le besa los párpados, él la frente.

No saben que esa será su última noche. O quizás él sí lo supo, cuando se despidió de aquella mirada y aquella sonrisa, sintiéndose demasiado dichoso. Ruborizadas y tambaleadas sus venas hasta apretarle el corazón de tal modo que no podía ni respirar.

No sabían que mientras se cerraba la puerta, se acababa el día. Y él elegiría la noche, el llanto sin lágrima, el paso perdido, el despiadado silencio, el sucedáneo sin esencia, el color de la ceguera, el laberinto del tiempo como olvido. Cualquier cosa antes que sentir el renacer con los cinco sentidos. Pero ella, compuesta de materia estelar casi al completo, solo podía brillar trémula, sin querer ver que la carne sin piel a él le quemaba, y que el amor lo iba rompiendo.

Cuando se marchó, ella cayó desde muy alto y quedó en forma de trozos. Él, estaba ya abajo aparentemente a salvo, en las anestesiadas manos del olvido.

Hoy, el verde de su mirada perdida aún lo envuelve, le lame, le hace cosquillas, no puede parar de buscarlo. Observa, que cuando sus ojos le miran, ya no poseen el brillo ni la intensidad de antes, le miran sin verle. Siente ganas de implorarle que le regale de nuevo aquella mirada y aquellos besos, pero ante el ruido de su cobardía, se escapa de puntillas a refugiarse en el recuerdo, donde el sudor de unos ojos que acaban de florecer al mundo llenos de vida, le hacían temblar de muerte.

Se dan la mano, bajan en el ascensor muertos de silencio y se despiden a fragmentos. Ella camina flotando, nadie la espera, ya nada la espera. Solo ella misma y será suficiente.

Una mujer a la que no ama le aguarda sonriente en un elegante coche parado en doble fila. Entra y se desploma en el asiento, allí resopla su último vértigo, allí destrona y deshoja el amor que deja marchar sintiéndose confusamente a salvo.

Queda solo un pistilo resonando en un tintineo, que retumbará en su mente el resto de su vida, recordándole aquella oda que estalla ahora en su cabeza, de vuelta a una casa, que no es su hogar. Su hogar se acaba de marchar por la esquina sobre esos delgados hombros que sostienen un inmenso prado con una sola amapola, la mirada más verde y la sonrisa más roja, que jamás olvidará.

Mientras mira el ensordecedor paisaje del exterior siente el de su interior, el frío le devora los huesos. Activa el botón calefactor del asiento del copiloto, el calor artificial le recorre la zona lumbar, y los versos de Keats suenan ruidosos en su mente, helada e inerte.

¿He soñado despierto o ha sido una visión?. Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?

Ode to a Nightingale - The Romantics

Imagen: Frida Castelli


Comentarios

desdelpulgaryelindice ha dicho que…
Mil gracias ☺️
Hios Cenara ha dicho que…
Maravilloso, sutil, oscura sensualidad, aporta mucha información en pocas palabras, te introduce de lleno en la situación, añoranza de intensos recuerdos vividos que no volverán pero que perdurarán para siempre en su memoria.