Ruidosa como de costumbre entró en casa. Pero esta vez su verborrea hizo eco en el silencio. Dejó las bolsas de la compra en la cocina y recorrió cada una de las habitaciones, por último abrió el armario.
No quedaba huella alguna de él.
Como quien se empeña en buscar un valioso objeto que ha perdido, comenzó a caminar en bucle por toda la casa. Finalmente se sentó en el sillón y marcó su número.
Una voz metálica sonó diciendo: ”El número marcado no existe”.
Lo siguiente fue contactar con familiares y amigos en común. Sutilmente, para no alarmar, preguntó por él. Nadie sabía nada.
La desesperación comenzó a invadirla en forma de crisis de ansiedad. Se metió en la boca un par de lexatines y se los tragó con apenas medio buche de agua. Los sintió incrustados en la garganta y eso le dio más ansiedad aún.
De repente tuvo una idea, volvió a coger el móvil y envió un audio a Paco. Varias horas después y en vista de que no respondía se plantó en el banco.
- Necesito saber qué ha pasado.
- Sabes de sobra que no puedo darte esa información.
- Por favor, necesito que me ayudes a saber dónde y por qué. Esto es algo más que un “me voy a comprar tabaco y no vuelvo”. Nosotros nos queríamos...
Paco guardó silencio, miró a su alrededor, le dio al botón de imprimir y ella recibió un extracto bancario.
Salió a la calle, se sentó en el coche y se fijó en los últimos movimientos donde se repetía la misma palabra: Estocolmo.
Los folios cayeron sobre sus rodillas. -No puede ser – pensó. -¿Tendría doble vida como en las películas?. Pero al instante su instinto le habló. El amor no se finge y ese hombre la amaba. No entendía nada.
Volvió a coger los extractos, pero esta vez desde principio de año. Fue entonces cuando el mundo se le cayó encima. La palabra "Ela, Fundación" y su cuota aparecía cada mes. "Neurología", "Medicina interna", "Psicólogo", los siguientes pagos.
Sin dudarlo un instante abrió el rastreador y compró un vuelo directo, solo de ida, Jeréz- Estocolmo.
Una vez allí cogió un taxi y con su pésimo inglés indicó una dirección.
El medio día en Estocolmo parecía el peor anochecer de un invierno andaluz, la luz se apagaba por segundos y nadie le abría la puerta. Verificó una vez más que estaba en la dirección correcta.
La noche y el frío comenzaban a caer. Volvió a coger el móvil, esta vez para buscar un hotel. Mientras, una moto paró delante del garaje de la entrada. Reconoció la mirada de Ernesto bajo el cristal del casco. Al verla se lo quitó lentamente, guardó silencio unos instantes. El triste rostro se volvió severo.
- ¿Qué haces aquí?, si me he ido es porque necesito estar solo y tranquilo, sin ti.
- Eso no es cierto.
- Sí lo es, ya no siento lo mismo.
- Eso no es cierto.
- Eres muy pesada.
- Eso sí puede ser cierto.
Se dispuso a ponerse el casco para entrar en el edificio y cuando estaba a punto de arrancar, la escuchó gritar.
- ¡Estás enfermo, lo sé!. ¡Estás muerto de miedo, lo sé! ¡No quieres que sufra, lo sé!. ¡Pero quiero que entiendas que nada puede hacerme sufrir más que estar sin ti!.
La volvió a mirar, esta vez un brillo especial inundó sus ojos. Sacó un cortavientos de la guantera, y le hizo un gesto con la cabeza para que se subiera a la moto.
- No sé cuanto tiempo podré conducir este chisme, pero mientras sube y agárrate fuerte.
Ella le abrazó por detrás y sintió el hogar de su olor bañándole toda la cara. Recorrieron fachadas de colores, luces doradas en el interior de edificios prendidos en cálidas llamas bañaban su reflejo sobre el puerto.
El Ericsson Globe emergía como un gran planeta naciente, como una barriga gestante de la tierra.
Día tras día, sintieron que recorrían galaxias enteras. Risas abiertas como templos, besos derramados en cálidos manantiales inagotables, caricias de hojas con el viento eran el roce de su piel. Y miradas, y más miradas en las que bañarse desnudos para secarse suspendidos en unas pestañas que sujetaban unos párpados. Unos párpados que no querían cerrarse por no dejar de vivir ni un solo día. Viviendo, aprendieron a sortear a la muerte.
Y así fue, hasta que un día los gastados guantes de piel de él dejaron de abrazar el manillar de la moto y se asieron sobre los rebordes de las ruedas traseras de una silla. Ella dejó de abrazar su cintura, para abrazar unos mangos de empuje y una falsa esperanza.
El silencio comenzó a mover la angustia, el miedo enturbió la mañana, la noche cayó por si sola sobre un lecho sin cama.
Los esfuerzos sobreactuados de ella por simular que no pasaba nada, eran respondidos con la hiel de su mirada.
Con la esperanza de despertar de un mal sueño se acostaban cada día. Ya nada conseguía quitar el sabor amargo que cada amanecer volvía.
Hasta que una madrugada el silencio se rompió entre cristales, y se abrió paso a través de su hilo de voz.
- Llévame al acantilado, ayúdame a acabar con todo esto, cuanto antes mejor.
- Si eso es lo que quieres, así lo haremos mi amor.
Amaneció. Con dificultad plegó la silla y logró sentarle en el asiento del copiloto. Hicieron el trayecto con el ruido del dolor que no se proclama y se calla. Y llegaron a los acantilados de Landsort.
Visualizaron la inmensa boca báltica que les esperaba sin más promesa que la del sueño eterno.
Él quitó el freno de la silla, y desde el mando control escogió la marcha más potente. Aún así, y debido al terreno, las ruedas se bloqueaban una y otra vez. Ambos ayudaron impulsando con todas sus fuerzas, él desde las ruedas y ella desde las asas.
Dos fuerzas opuestas se unieron y el frenazo hizo que la silla quedara bloqueada sobre uno de los salientes de piedra. Él salió disparado y cayó de bruces sobre el suelo. Ella quedó como una piedad de rodillas, se golpeó la mandíbula con la parte trasera de la silla y se mordió la lengua,
La sangre salía de su boca y le caía sobre el chaquetón blanco, se arrastró hacia él, se tumbó frente a frente y lo miró.
- Pareces una vampira que acaba de merendar. ¿Lo sabes?- le dijo él con la mirada teñida por las lágrimas.
Ella se sumergió a través de sus ojos y le besó el alma. Nunca hasta entonces le había visto llorar.
- Tienes la mirada azul plomiza más bonita que jamás he visto en mi vida. ¿Lo sabes?- le dijo ella con la mirada teñida por las lágrimas.
Se abrazaron. Las nubes se cerraron como telones para arropar aquella escena, los aplausos cayeron en forma de lluvia sobre los dos cuerpos. Todo empezó a dar vueltas y más vueltas. La luz se apagó.
La siguiente vez que el cielo abrió su mirada despejada fue en un atardecer otoñal en un parque. Una delgada figura empujaba una silla de ruedas a la vez que unos aún robustos brazos impulsaban desde las traseras.
- ¿Preparado?
- ¿Lo dudas?- balbuceó él con dificultad pero con sonrisa ante el reto.
Y como lo hiciera una vez una bici sobre un cielo con un niño y un extraño extraterrestre. La silla se deslizó veloz y casi volátil salpicando a su paso frescas gotas de rocío y de risas.
Las dos figuras se fueron empequeñeciendo, mientras atravesaban un crujiente y húmedo camino de hojas de otoño, hacia un invierno.
Mientras, el carmín lo impregnaba todo, bajo un cielo de atardecer inmenso. Casi tan inmenso como su amor.
( Dedicado a mi padre)
There's Still Time · Lambchop
Imagen: Pascal Campion
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Y a aquellos otros a los que se les paraliza el alma, mientras aún se mueve su cuerpo.
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