Esperaba ese correo como agua de mayo, convencida de que seguir pintando era lo único que podría salvarme.
Introduzco contraseña y clave, y leo:
Tras leer esto, cierro el correo y
miro a través de la ventana, el mismo sofá verde deshilachado con la misma
cabeza descamada viendo la tele, un día más vieja, un día de vida menos sin
contemplar. En la otra ventana una mujer fríe pescado mientras grita a sus hijos que terminen de comer ya. La grasa que escupe el extractor se me clava
en la garganta y no me deja respirar, siento ganas de vomitar y vomito.
Limpio el desayuno agrio derramado
sobre el suelo y abro la ventana para que se seque. Veo mi silueta sobre la
suciedad de los cristales, me pregunto si esas gotas secas recuerdan que una
vez fueron lluvia. Me desnudo lentamente y meto la mano en uno de los botes de
acrílico, el blanco, el de la luz, empiezo a untármelo lentamente y noto como la frialdad se escurre entre mis piernas como un fluido
inerte.
Mi piel me parece gris en contraste
con el blanco.
Me restriego a manotazos la pintura y
quedo a rayas, me río sin parar porque imagino ser un paso de cebra en la
alameda, ¡las pisadas de los transeúntes me hacen cosquillas!; Y sigo
untándolo, extendiéndolo hasta no dejar rastro de mi piel, helándome aún más,
repitiéndome – Es blanco, necesitas más
luz, es blanco…es lo que necesitas.
Me despierto tirada en el suelo. No sé
cuánto tiempo ha pasado, ¿horas, meses, años?. Me duele la piel al moverme, estoy cuarteada, descascarillada como un busto de yeso amputado a la intemperie
de un acantilado, condenado a
permanecer. Me pesan los ojos y bajo una costra, siento el lagrimal en
carne viva. Mi cabello es arena mezclada con papel, tanteo el
suelo sin temperatura alguna, o quizás no la tengan mis manos. Desnuda y sin
fuerzas, y aún desde el suelo, giro lentamente la cabeza hacia la ventana, veo
la pared de un edificio brillante e impoluto, ventanas diamantadas donde se
acicala un sol soberbio, luces de hogares anaranjadas, un sofá de terciopelo
verde con un hombre abrazando a un bebé rubio, una mujer sonríe en su cocina
mientras riega la intensidad de sus flores.
Debe de ser primavera.
Y entonces pienso: Sigo viva, me ha dejado aquí, él me ha
dejado aquí y se ha marchado, y yo, sigo
viva.
Me incorporo y todo me da vueltas, me
dirijo hacia el baño extendiendo las piernas y los brazos, tanteo buscando
estabilidad, sin querer tropiezo y derramo una lata de pintura, está fresca
aún, no ha debido de pasar mucho tiempo, el rojo se derrama como una lengua
sangrienta sobre el mármol y me mancha la pierna cuarteada de blanco, me duele,
me quema. Me pregunto si es ese color en concreto el que me provoca esa
reacción, lo compruebo. Me precipito sobre la mesa donde están todos los botes
de pintura, los vuelco todos, los apuro hasta la última gota, amarillo, verde,
rojo, azul, más amarillo, aquí queda naranja, el cuerpo me arde, la piel se me
levanta, me la puedo arrancar a tirones, no soporto el dolor, no soporto el
color.
¿Por qué te fuiste?.
Entre colores me derramo y mis
lágrimas son el disolvente de éste cuadro, el cuadro de mi vida, la vida que me
ha quedado, tras que el cáncer se lo
llevara y con él, todo el color.
Fuera, desde alguna ventana alguien escucha "to be by your side" y mis lágrimas se detienen recordando sus
palabras.
Estiro lentamente el brazo y mojo la
yema de mi dedo índice, ésta vez sobre el azul, el color de sus ojos, de su
pijama, de su plato preferido cuando era pequeño, el color de cada día en el
que crecíamos juntos. Junto al que siempre será mi hermano.
Observo mi dedo teñido de azul y
siento que quizás, solo quizás, el
color empieza a dolerme un poco menos.
Imagen: Inma AS
Imagen: Inma AS
Comentarios
Publicar un comentario