Mojarme
la cara cuando en realidad lo que tengo es sed.
Desde
la boca se me derrama todo el amor con el que me alimentaste como a un lactante
que aún no puede ver con nitidez. Se me clava en la garganta y lo escupo sin saber si es néctar o hiel. Mis labios guillotinan tus besos, no los pueden reconocer.
Otra
vez estoy delante del túnel ante el cual todos escarban y se entierran para
evitar pasar, donde crujen todas las almas desdobladas tambaleándose desde el techo
como murciélagos dormidos. Aquí solo hay escarcha y oscuridad. No quería volver,
había olvidado el camino, y no sé si cada vez hace más frío o es el contraste de
mi piel desnuda sin tu abrigo.
¿Es
que no debería dejar nunca más que mis venas se tiñan de rojo?...luego acaban rompiéndose, salpicándolo todo. ¡Pero es tan brillante el cosquilleo de la sangre!, ¡es tan
inmenso volver a embadurnarse de recién parido!.
Amar
y dejar de amar es solo un vaivén de espigas plateadas en noches de luna.
Mis
manos se alzan bailando justo delante de mis ojos, para entretenerme, para no
dejarme ver cómo pasas delante, con el mismo fondo pero en otro plano, o soy yo
la que se ha desplazado, dentro de un cubo que se estrecha cada vez más. Como
una hermosa canción que va llegando a su fin, hasta desaparecer poco a poco, hasta
que dejemos de vernos y de recordar que una vez nos vimos.
Para
despertarnos un día abriendo los ojos con otro color de iris.
¿Quién sabe?, quizás en la próxima encontremos alguna combinación entre nuestras mutaciones de tonos.
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