BOLILLAS DE ALCANFOR



Me senté en una mesa del balneario, muy cerca de las derruidas columnas. Era aún temprano y el sol bostezaba perezoso antes de comenzar a calentar. El mar escalaba en vaivenes hasta las rocas para oler a café recién hecho.

Echaba terriblemente de menos leer las noticias del periódico en formato papel, era tan complicado encontrar uno en estos tiempos. El sol seguía remolón y en vez de ir a lo suyo parecía estar también enganchado a mi móvil; Su brillo entrometido sobre la pantalla hacía que me picaran los ojos.

Sentí una enorme pereza mientras observaba la espuma en forma de corazón de mi humeante capuchino ante la magia rota de la imagen real que tenía delante, una más de las decapitadas por millones de fotografías manidas hasta la saciedad en el instagram. Mi aletargamiento se vio sobresaltado por el dulce y chispeante tono de la camarera, que antes de terminar de desplazar la silla ya se había sentado en mi mesa.

 – Mire, me siento si no le importa. ¿Sabe?, no tengo huevos para largarme y quiero que me despidan, a ver si sentándome con usted me mandan hasta allí- y señaló el lugar donde África flotaba como los sueños que no son nítidos.

- ¿África?-Acerté a preguntar sin comprender semejante interés, mientras imaginaba miles de rostros desde el otro lado soñando con nuestro contorno.

- Sí, tengo un sueño que solo allí podré cumplir, y si no lo hago ¿sabe qué pasará?, que me volveré una vieja prematura y amargada a la que el aliento le olerá a bolillas de alcanfor.

-¿A bolillas de alcanfor?- Acerté nuevamente a preguntar visualizando las pestosas bolitas blancas que tenía mi madre en los armarios.

-Sí, así es, ese es el olor de las personas que no tienen pasiones o no se atreven a alcanzarlas.
¿Usted tiene alguna pasión?

- ¿Yo?, ¿Pasión?, ah! sí, la esgrima. Bueno, aún no he ido a clases, pero algún día cuando tenga tiempo lo haré.

-¿Tiempo?, Cada mañana le observo como lee lo más grande desde esa minúscula pantalla hasta quedarse “cegarruto”. ¿y con todo lo que usted tiene que saber ya a estas alturas, me habla de tener tiempo para tener una pasión?.

Desde lejos un camarero hacía aspavientos porque empezaban a llenarse las mesas. La alborotadora de mi mañana se levantó de un respingo.

-Me piro, mientras me despiden o no, no puedo dejar tirado a mi colega. Y recuerde algo, haga lo que le gustaría haber hecho antes de huir en caso de que ardiera la ciudad...

Sus palabras me parecieron de lo más extrañas, ¡a ver si había topado con una pirómana flipada!- pensé-. Bebí el último sorbo de café, dejé varias monedas y me marché. De vuelta a casa su última frase retumbaba en mi cabeza como un zumbido inagotable.

Esa noche, premeditada y concienzudamente me lavé los dientes, acto seguido acerqué la boca al espejo y exhalé. El vaho enturbió la imagen de mi rostro, en el espejo se veía una nube coronada por un escaso cabello y dos orejas. El olor a bolillas de alcanfor me invadió de una manera fétida; en ese momento empaticé totalmente con las polillas y me pareció de lo más cruel el invento de los hombres para combatirlas, era insoportable. Y así siguió ocurriendo durante los siguientes días con sus noches. Hasta que recordé sus manos, las de ella, y su mirada sobre una África difuminada, como mi rostro en el espejo; Pero sobretodo recordé sus palabras y esa misma tarde busqué la solución.

Varios meses después, con mi florete enfundado y colgado del hombro atravesé el arco del balneario, me sentía triunfante, cogí aire y me atreví a derramarlo de un golpe hasta desafiar el olor a marisma. Me senté en la misma mesa, la busqué, pero ella ya no estaba. Entonces me puse la mano sobre la boca y saboreé la espiral de mi aliento; El olor era suave como la espuma de los sueños, como cascabeles de semillas que hacen cosquillas, como el resquicio de sabor granizado de un mojito fresquito, como noches de charol cuando existen besos de agua y amor. Olía a vivo.

Con los sentidos descompensados, la vista sintió celos del olfato y buscó en el horizonte. Devolviéndome un perfil de África, perfectamente cristalino.



Imagen: Marco Grassi



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