LOCO POR TÍ




Permaneció inmutable mientras la veía tambalearse con el peso de las maletas por el pasillo, deseaba con todas sus fuerzas que esa escena terminara pronto y que aquella historia saliera con ella por la puerta  para siempre. Antes de atravesar el marco y desaparecer, sin tan quiere  girarse, la escuchó murmurar:

-Temes tanto al invierno que no verás la primavera.

Los primeros meses sin ella sintió una especie de libertad salvaje, experimentó el placer de comer, dormir y soñar sin formas previsibles en tiempo y espacio. El sexo se convirtió para él en un néctar de colores diferentes cada día. Los gemidos de aquellas mujeres colgaban como piezas de colección en forma de telarañas en cada rincón de la casa; en ellas se enredaban hasta perder su color las primeras mariposas de Marzo.

Expiraba mientras inspiraba entre suspiros el polvo blanco que lo envolvía en un cuento mágico de copos nevados, crujientes chimeneas, mesas vestidas de suculentos manjares, duendes risueños y lujuriosas ninfas del vino. El blanco empezó a reducirse, pero aún le quedaba espacio para deslizarse entre saliva y sudor mientras arañaba su guitarra eléctrica y la cabeza le daba vueltas bajo el escenario de aquel paraíso de neones metálicos y pezones rosados. Sus miembros eran erecciones en forma de estrella en un inagotable firmamento de verano. La dorada luz del día le sorprendía ojeroso, arremetiendo bruscamente entre suaves muslos, al ritmo del punk más afilado o la ópera más fastuosa.

Un día se despertó y la cama flotaba encima de su cabeza, sobre ella el suelo de antiguas teselas azules y amarillas se derrumbaba en forma de gotas de lluvia color teja. Del techo, situado a su espalda, se abría una profunda boca negra que absorbía su desnudez casi al completo. Removiéndose como tentáculos, brazos y piernas intentaban escapar de aquel agujero, aferrándose sin éxito a los muebles, levantándolos por los aires donde como pequeñas partículas de polvo sobre el último haz de luz, quedaban suspendidos girando a modo de círculo.

Consiguió visualizar la puerta de la calle, entre gritos de dolor se arrancó el cabello y parte de la piel del cráneo. Anudó los jirones y los lanzó como cuerda corrediza, logrando asir el pomo al séptimo intento. Tiró con sus últimas fuerzas, mientras las uñas le saltaban por los aires y las yemas de los dedos quedaban en carne viva; dejándole sin huella y sin identidad.

Se escurrió por la puerta como un recién parido, empapado de bermellón y morado salió escupido por un líquido espeso y frío, como el de una sangre muerta que no fuera la suya. Cayó sobre una superficie dura. El golpe le dejó inconsciente entre imágenes de siglos de vida, hasta que una intensa luz le abrasó los ojos y como un hierro incandescente le atravesó el cráneo. – Debo de estar mal herido en la calle, alguien me encontrará dentro de poco, alguien me salvará - pensó.

Abrió los ojos y estaba de nuevo allí, en su casa. Intentó levantarse pero su frente chocó contra un cristal, sus manos se aplanaron sobre una superficie vertical y luego horizontal en forma de cubo. Como una cucaracha desafiando a la gravedad recorrió la forma una y otra vez buscando una salida; pero siempre acababa exhausto y jadeante en el mismo punto. Con cada inhalación sentía como su pecho se iba aplastando contra el suelo. La sensación de ahogo se traducía en pavor  y este en  hiperventilación, agotando más y más el oxígeno en el reducido espacio.

Por unos instantes logró abrir los ojos y lo que vio le horrorizó. Estaba atrapado en una especie de ánfora de metraquilato o quizás de sarcófago tranparente, dentro de su propia casa. Podía ver todas sus cosas sin poder tocarlas. Desde la ventana, el azul del día parecía observarlo sereno y ajeno en su belleza a su agonizante dolor. 

Entonces comprendió que no podría salir de allí, ni volver a casa, ni tampoco salir a la calle, estaba confinado dentro de sí mismo para siempre. 

Gritó con todas sus fuerzas, pero ni tan si quiera él pudo oírse.

Solo a lo lejos, más allá del trino de los pájaros un murmullo pareció pronunciar “Temes tanto al invierno que no verás la primavera”.

Y después, solo quedó el silencio.



Imagen: Bill Carman


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