Luciano Pavarotti- E Lucevan Le Stelle
Entra en una sala oscura.
Escucha una voz que le habla desde una especie de cabina hermética.
-¿Viene con el estómago vacío y sin beber?
Le intenta decir que sí pero la metálica voz suena de nuevo y muy fuerte.
-Manténgase derecho.
-No se mueva.
-No respire.
Siente como el estómago se le trenza hasta la garganta seca como un tronco sin raíz.
En su estatismo resaltan únicamente los latidos de su corazón en un asimétrico baile de pasos asustados.
Su mente es un vuelo de estorninos marcha atrás, hasta el cascarón, el nido vacío, la rama yerta, la noche sin día.
Tras la mordedura de la fría guadaña, su vida y su sangre quedan derramadas sin llegar a saborearlas, siente el dolor de la doble muerte con una estaca en el corazón.
Imagina entre lágrimas de locura que está en una sala de radiología y que pronto escuchará la frase: “ya puede respirar”.
Lo imagina, se imagina corriendo de allí desnudo, lanzándose al mar donde están todos sus seres queridos, incluso los que ya no están. Les abraza, y luego alza a su mujer en los brazos y la mece entre unas olas caprichosas en su frescor bajo el hirviente sol. Y sonríe.
Pero la frase nunca llega.
Tiene ELA.
Dicen, que en su último aliento logró pronunciar algo parecido a las dos palabras que por vergüenza y miedo quedaron desterradas de la boca de los hombres.
Yo también te quiero.
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