"LABORATORIO DE EMOCIONES"


Era el primer verano en el mes de Diciembre del año 2121.

Los abrigos y las bufandas de invierno formaban parte de la colección del pasado en el Gran Museo. Sin embargo, y a pesar del calor, sentía un frío intenso en su interior.

Caminó a lo largo de la gran avenida mientras contemplaba los escaparates navideños. El contraste de la ropa ligera de los transeúntes resaltaba con la de los papanoeles vestidos de pies a cabeza en rojo y blanco. Su último desengaño amoroso la atormentaba a ráfagas, el chico que estaba empezando a conocer y con el que se había ilusionado especialmente como hacía mucho tiempo, estaba con otras chicas a la vez, y no se lo había dicho. Su mente no paraba de repetirle, -¡Eres idiota!, ¿en qué mundo vives?, ¡la que no eres normal eres tú!, ¡eso te pasa por confiada!. Ya estás cerca de encontrar la solución ¡sigue caminando, vamos!.

Al darse cuenta de que iba por la calle de números pares cruzó aún con el semáforo en rojo y encontró el número 33. En el primer piso en letras neones violáceas leyó “ LDE: Laboratorio de Emociones”. Nada más subirse al escalón de la entrada, la cámara hizo un rápido zoom hacia su iris, y al instante, desde un pequeño altavoz, se le comunicó el tiempo de espera y la sala donde debía acudir. Acto seguido la puerta se abrió.

El pasillo era interminable, enormes puertas de cristal dejaban ver el interior de las asépticas salas. Ocho personas en cada una de ellas permanecían inmóviles y encapsuladas en posición vertical con unos sensores en la cabeza. Aquello le recordó a las escenas de las antiguas películas de salones de belleza, donde las mujeres sumergían sus tintes y sus rulos bajo una cúpula de calor.

Llegó a la sala número 33 y aguardó justo enfrente observando los cuerpos de las siete personas que ya habían comenzado su proceso. Una segunda cámara volvió a leer su iris y la puerta se abrió de par en par.

Lo primero que encontró fue una máquina insertada y mimetizada con la pared blanca, de donde solo quedaba iluminado un teclado y una amplia pantalla de reconocimiento de elección a través del movimiento de la pupila. Vaciló unos instantes y leyó:

- ELIMINAR-, un segundo espacio donde ponía: – MODIFICAR- y un tercer apartado donde estaba escrito: -AYUDA- con un signo de interrogación.

No lo dudó un instante, y fijó la mirada en – ELIMINAR -, seguidamente se desplegó otro menú donde podía elegir un sin fin de opciones por orden alfabético: “Amabilidad”, “Autenticidad”, “Admiración”, “Altruismo”…, saltó la letra A y la B, y se dirigió a la C, allí encontró casi a mediación la palabra que buscaba: “Confianza”.

Volvió a fijar la mirada y de ahí se abrió un nuevo menú, con tres opciones: - “Confianza en uno mismo”, “Confianza en los demás”, “Ambas”. No comprendió muy bien tal distinción ya que si no le fallaba la memoria, una vez había leído en uno de los antiguos libros de autoayuda, que era imposible confiar en los demás si uno no confiaba en sí mismo. Así que se concentró en la tercera opción.

Confirmada su elección, se quedó desnuda, se enfundó en la bata color plata reservada para ella, y se dirigió a la última de las máquinas que estaba desocupada. Una vez allí, se puso en el centro situando dentro la cabeza, el metal se ajustó especialmente a la altura del lóbulo frontal, y los sensores se fijaron.

El sonido de la máquina era imperceptible, sin embargo, las escenas que se sucedían estaban cargadas de palabras y sonidos desagradables que estallaban en su mente. Las imágenes comenzaron a pasar, una detrás de otra, exponiendo todas las posibles opciones de mentira y de traición que un ser humano podía infringir y sufrir. Absolutamente en todas se repetía de fondo la misma frase una y otra vez: ”Eres igual que tu padre, y el error de él fue confiar demasiado y creer que todas las personas eran como él”.

La cabeza empezó a darle vueltas y la angustia empezaba a galopar desde el estómago hasta la garganta a un ritmo que le hizo vomitar. Observó la tranquila imagen de ojos cerrados y sonriente del resto del grupo, sin comprender qué estaba pasando con ella. Por unos instantes pensó que quizás había escogido un nivel demasiado elevado, pero pronto visualizó que el nivel se reflejaba a modo numérico en la parte central del robot, y que en todo caso los demás estaban ya cerca del nivel último, el diez, y que ella aún se encontraba en el primero.

Empezó a moverse y después a agitarse, las lágrimas empezaron a rodarle imparables por las mejillas. Una especie de instinto le hizo arrancarse algunos de los sensores, recobró parte del movimiento y consiguió sacar la cabeza del aparato. La luz roja de emergencia se iluminó parpadeante en la sala, y los rostros de los demás comenzaron a contraerse levemente. Desde megafonía una voz metálica la increpó para que volviera al puesto número ocho, advirtiéndole que de lo contrario, los daños serían mayores que los de origen e inevitablemente irreversibles.

Se desconectó el último sensor y con él parte del cabello. Cayó al suelo, se deshizo de la bata y desnuda empezó a arrastrarse hasta la puerta, corrió por el pasillo y salió a la calle.

Como era habitual en aquella Era donde la expresión de la emoción estaba contemplada a la altura de la locura, el resto de transeúntes la miró con una perturbación que al instante se tornó neutra, mientras, ella gritaba entre lágrimas:

- ¡No me importa, no me importa, quiero ser como mi padre, quiero seguir confiando en los demás, quiero seguir confiando en mí misma!

En ese momento le llegó un mensaje que bailó superpuesto al paisaje; Leyó por encima: “Lo siento”, “miedo”, “oportunidad”, “confianza”. Y en su mente hizo eco la frase con voz metálica: “De lo contrario los daños serán mayores que los de origen y serán inevitablemente irreversibles”...

Siguió caminando mirando hacia el frente, indiferente. Mientras dejaba caer lentamente sobre el asfalto, las letras del mensaje y las lágrimas de sus ojos.


The Smashing Pumpkins- Disarm


Imagen: Ander Arenas



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