EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Miró el almanaque, agarró un bolígrafo y tachó un día más. Como la tinta estaba reseca, acabo por desdibujar en el cartón el día ocho del ocho.

El mes de Agosto no había hecho más que comenzar. Odiaba el calor, el exceso de luz y de personas por las calles, por las playas y plazas. Supermercados y carreteras se dibujaban en eternas colas sinuosas como serpientes en continuo movimiento. Los rostros se tensaban aún más ante cualquier espera o contrariedad. Las disputas entre las personas se veían exacerbadas a la más mínima de cambio. El amor entre los hombres parecía quedar enterrado bajo la superpoblación de la tierra. El prójimo, más que otro ser humano parecía una molesta incomodidad sobrante.

Mientras observaba la escena de Frankestein lanzando margaritas junto a la niña en el lago, la imagen de sí misma se coló y se congeló en su retina.

En el nuevo mundo, las identidades eran una especie de piel de reptil que iba mutando tras cada experiencia vital. Casi la totalidad de los seres humanos habían evolucionado lo suficiente como para no cometer errores. El sistema de aprendizaje basado en la experiencia de ensayo-error era un sistema obsoleto y en desuso que formaba parte del pasado. Bastaba el más mínimo atisbo de amenaza para que la nueva programación implantada a nivel cerebral identificara y resolviera de inmediato. El cerebro, en continuo estado de alerta ante posibles daños, identificaba estímulos rápidamente, los reconducía hacia experiencias pasadas, hacía una proyección futura de probabilidad de éxito o fracaso, y generaba una pauta comportamental automática, limpia y eficaz.

El amor, por tanto, era una práctica arcaica y de alto riesgo, un mecanismo generado instintivamente por el hombre que conllevaba en una elevada probabilidad, daños considerados por el nuevo sistema social como irreparables e innecesarios, y por tanto a evitar. Desde que la nueva programación había sido aprobada e implantada de modo voluntario en casi toda la población, el hombre se iba inoculando ante el dolor. La ausencia de sufrimiento era la prueba de éxito más evidente. El frío y el calor solo estaba en el exterior.

La técnica había sido tan eficaz que las personas no albergaban recuerdos del pasado, y cuando llegaba alguno, lo identificaban como parte de un sueño, una irrealidad que nunca había existido e inmediatamente olvidaban.

Sin embargo, mientras las margaritas flotaban en el agua de la pantalla del televisor, y a pesar de que se había sometido a un cambio de programación, a la mente de Aria volvieron nuevamente las imágenes que desde la intervención no paraban de asaltarla.

Aparecían sonrisas y cosquillas, reflexiones bajo la sensación de ir desnudándose poco a poco a través de mensajes telefónicos, y la ilusión de despertar cada mañana sabiendo que había un nuevo ser en su vida que se estaba convirtiendo cada día en alguien más y más especial.

Imágenes y más imágenes imparables. Un abrazo en la playa en una noche de verano bajo un manto de estrellas y un deseo irrefrenable, las vueltas que le daba la cabeza durante y horas después de aquel beso lento y húmedo, el latir de su corazón al salir de la última estación de tren mientras alguien la esperaba fuera, dos barbillas apoyadas mirando desde una terraza la forma del puerto acariciado por la espuma del mar. Sus pies en volandas al bajar las escaleras de un hotel para seguir desplegando aquellas sensaciones por todos lados, en la eterna magia de aquel día. Gelatina con hierba buena bajo la sonrisa atolondrada del pudor. Caricias de un cuerpo bajo una camisa sudada de deseo. Un hombre de ojos plomizos mirando a los suyos como nadie antes lo había hecho, mientras, por ganas de sentirla y miedo a lastimarla, entraba lentamente en su interior, provocándole un placer tan inmenso que ni se atrevió a gritarlo para mantenerlo siempre dentro de ella. Su pálida desnudez sentada sobre el cuerpo mojado de él, susurrándole al oído todo lo que el júbilo de la felicidad emana en forma de infinitas flores estallando a borbotones en una primavera. La última imagen, cerezas brillantes entre sus manos derramándolas sobre las de él…

El chico que estaba a su lado, al verla más ausente de lo normal, y extrañado al contemplar esa mirada mojada tan inusual en esos tiempos, le preguntó qué le pasaba.

Ella solo contestó:

- Nada, solo estaba recordando el sueño de anoche.

ZAZ - Eblouie par la nuit



Comentarios

desdelpulgaryelindice ha dicho que…
Gracias Jose. Es solo un relato de ficción salido del alma...