Acababa de comenzar el mes de Enero.
La niebla bañaba la ciudad elevándose hasta el cielo, retrasando la imagen del anochecer.
Tuvo suerte y encontró aparcamiento justo enfrente del club de hielo de Benalmádena.
Subió las escaleras rápidamente, se adentró por el pasillo y pidió una entrada al señor, que taciturno, jugueteaba con su móvil en la recepción.
- ¿Está inscrita al concurso de “Danza de Invierno”?
- No.
- Entonces lo siento señorita, no puede pasar.
- Pero yo no sabía que había que inscribirse. -Se quejó ella-.
El hombre pareció dejar de interesarse por su móvil unos instantes, se incorporó en el respaldo de su silla giratoria, la miró fijamente y un tanto molesto pronunció recalcando cada una de las sílabas:
- Ya-le-he-dicho-que-no.
Claudia entendió perfectamente el mensaje, pero su cerebro, con sus conexiones salvajes de costumbre, hizo lo contrario que el movimiento de su cabeza. Es decir, no asintió.
En el instante en el que el recepcionista volvió a ensimismarse con la pantalla de su móvil, ella cambió de rumbo, y a modo de espía se deslizó de puntillas tras la columna. Cuando observó que no estaba siendo observada, se agachó sigilosa al más puro estilo Catwoman, y se coló por la puerta de entrada.
Como quien se sumerge en el mar de un caluroso mes de agosto, se lanzó a la pista de hielo blanca y opaca, donde las cuchillas dibujaban perfectas ondas parecidas a las del agua tras un chapuzón.
Comenzó a dejarse llevar por la inercia del movimiento libre.
Los patinadores calentaban antes del inicio de concurso. Se movían a modo de una suave danza en equilibrada osmosis. - Seguramente así debe de ser el amor- pensó ella.
La prueba consistía en una especie de juego, donde una vez comenzara la música tenían que patinar en pareja con la persona que estuviera más cerca de ellos en ese momento.
Cerró los ojos y sintió como si volara. Igual que en sus sueños.
Cuando los abrió, se estaba dando de bruces con quien menos lo esperaba. Era Raúl, el chico con quien unos meses antes le había tocado bailar en el concurso de “Danza de Verano”.
Sintió un cosquilleo intenso en las tripas, pero automáticamente recordó que en aquella ocasión la había dejado tirada en mitad de la pista. Le puso cara de asco a modo de defensa y continuó su camino.
Cuando logró nuevamente concentrarse en la inercia de sus piernas sobre el hielo, reconoció la figura de Raúl, deslizándose desafiante en sentido contrario al resto del grupo. Se puso cara a cara delante de ella, patinando de espaldas, sonriendo e impidiéndole el paso.
- Quítate de en medio.
- No, a menos que me dejes bailar contigo.
- ¡Ni loca!, ¿O es que tienes amnesia y se te ha olvidado lo que me hiciste la última vez?
En ese momento la música comenzó a sonar Boy George-The Crying Game, él la agarró de la cintura y la atrajó hacia sí. Comenzaron a danzar.
La mente de ella no quería, su cuerpo sí.
Él empezó a imitar a la perfección el maullido de un gato al oído de ella, ella estalló en una carcajada que terminó de relajarla por completo. Cerró lo ojos y se dejó llevar por el olor de él y el calor de sus cuerpos en contraste con el frío que les rodeaba.
Al principio, presos de un instinto natural, se movían a un ritmo y una complicidad que parecía ensayada de toda la vida. Las miradas, las palabras y las risas les hicieron olvidar que estaban sobre una pista de hielo sobre la cual podían resbalar.
Cuando mejor estaban haciéndolo, la música empezó a sonar más fuerte. Los pasos de él empezaron a entorpecerse y a ralentizarse. El compás de ambos empezó a perderse.
- ¿Qué te pasa?. ¿por qué tardas tanto en moverte?- preguntó asustada ella.
Las manos de él, impregnadas de sudor, se fueron resbalando de las de ella y se fue alejando como si cayera desde un precipicio al vacío.
- ¿Qué estás haciendo? ¿no se te ocurrirá volver a dejarme aquí en mitad de la pista, verdad?
Los pies se entrecruzaron, tropezaron y no pudieron evitar una buena caída de bruces.
Ella se levantó primero y le tendió la mano. Él la rechazó y comenzó a levantarse poco a poco mientras arrastraba el trasero a modo de huida hacia atrás.
- Por favor no lo hagas, no es necesario que ganemos, solo estamos aprendiendo, lo importante es no abandonar. Lo que podamos hacer juntos lo haremos, el resto lo podemos aprender dando unas cuantas clases. Lo conseguiremos.
Los ojos grises de él eran un enjambre de rabia, tristeza y miedo.
- Por favor -volvió a suplicar ella-.
Inmutable y frío como el hielo que pisaban, se dio media vuelta dirigiéndose hacia la salida.
Entonces ella, llena de furia y arañando a su paso la pista, le alcanzó en un movimiento de piernas fuerte y veloz.
Lo cogió de las manos y le hizo girar con ella sobre sí mismos sumidos en precipitadas vueltas. Aunque sentía ganas de vomitar y él estaba cada vez más pálido, ella siguió y siguió. De repente comenzó a llorar y sus lágrimas salpicaron en círculo enmarcando aquella escena.
La fuerza centrífuga los terminó lanzando a cada uno hasta un extremo.
Ambos cayeron nuevamente al suelo. Esta vez se hicieron daño. Entonces él, inmutable y frío como el hielo que pisaban, se levantó a la primera y dio media vuelta sin mirar atrás.
Un dolor en el pecho le atravesó el alma y le hizo tomar conciencia de lo que ese chico le importaba. Finalmente le gritó altiva:
- ¡Lo he hecho para ayudarte a alejarte, para que no vuelvas y puedas abandonarme nunca más, eres un cobarde!.
Él se quedó parado unos instantes al escuchar la frase. Hizo el gesto de girar la cabeza pero siguió moviéndose con dificultad en dirección a la puerta, como si no supiera patinar.
De repente un apagón de luz vertió el negro sobre el hielo, los cuerpos empezaron a chocar y la gente a gritar. Desde megafonía llamaban a la calma y pedían que parasen y se pegaran a las gradas.
Ella cayó llorando al suelo como una flor rota en mitad del invierno.
La falta de luz no permitió ver bien el final. Si él se marchó para siempre, o quizás volvió y la cogió entre sus brazos para no separarse de ella nunca más. O tardó tanto en hacerlo que cuando llegó ya no había más que hielo.
De cualquier modo esto es solo un cuento, un cuento de ficción.
¿O quien sabe?, ¿No están acaso las flores creciendo a la vez que el hielo en puntos dispares de la tierra?.
Conformando el contraste de la historia del mundo y del hombre, una historia de miedo y de amor.
Comentarios
Publicar un comentario