Rozando tus vapores, tu frialdad se cristaliza en escarcha, se me
clava y me hace sangrar ligeramente, pero no me duele.
Lamiendo tu destilación férrea mi lengua se torna rígida,
pero se entreabre algo parecido a un corazón latiente, y mi carne se dilata en tu interior como la
condensación del agua dentro de una gota que no quiere crecer más por miedo a
romperla. Qué dulce es sudar dentro del
mar.
Dos círculos rosados y perfectos anidan en la humedad de mis
manos, formando una unidad indivisible con vida propia.
Desde la punta de tu nariz se asoma el fluir de tus ojos y
de tu frente.Y yo no sé cómo hacer para
que no se rompa cuando lo lance hacia arriba, junto a las estrellas, para que
nadie pueda tocarlo jamás.
Entonces siento que no estamos hechos de carne y hueso, ni tan
siquiera de metal, sólo de ganas y de alguna forma de vida al desuso.
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