No
recuerdo mi última estancia en la tierra. Supongo que una vez formé parte de
ese movimiento sombreado de ahí abajo, y que desde allí solía mirar el cielo
estrellado.
¿Cómo
llegué hasta aquí? Supongo que escuchar mi voz en un incesante eco, me
ensordeció. Crear algo que ya existía viéndolo como nuevo, me asustó. Amar
sintiendo aquello como único, para contemplar después que todos aquellos
abrazos eran posturas superpuestas en un universo de húmedos gemidos en la
misma clave musical, me despersonalizó. Aquellos “te quiero” en distintas
lenguas empezaron a sonar a la misma vez y tan fuerte en mi cabeza, que los
nuestros dejaron de oírse.
A veces
cuando la gravedad aprieta aquí arriba, me provoca una sensación más hueca aún
que aquella que allí llamaban soledad, y entonces siento ganas de huir y volver
a esa otra dimensión. Pero en esos momentos recuerdo el vértigo de aquellos
días, un vértigo que paradójicamente aquí arriba desapareció.
Aunque tengo
que confesar que ahora y más que nunca sigo haciendo malabares para no caer, y no
he perdido aún mi miedo a las alturas.
Imagen: Teddy Locquard
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