Ravel-Miroirs nº3 –Une barque sur l´ocean
Hay
mañanas en las que vuelvo al lugar donde se quedaron algunas de nuestras
imágenes, por si por casualidad hubiesen olvidado marcharse.
Voy
muy despacio, intento que ni el viento sienta que vuelvo a aquel espacio, para impedir que como una pompa de jabón me exploten en la cara todos aquellos recuerdos, y que desaparezcan cuando estoy a
punto de rozarlos.
Pero
es tarde, y al doblar la esquina, nuestro despertar en el silencio de
la noche dormida, desaparecerá con los primeros ruidos y las
primeras luces del día.
Hay mañanas
en las que aún me duele pasear por los olores, y las risas, y los irrepetibles gestos que dibujamos en cada uno de aquellos
rincones. Ajenos a la osadía de nuestras atolondradas
sombras reflejadas sobre el sol.
Pero
es tarde, y la acera, y la tarde, y las risas, y la primavera rota en azahares caen como escarcha ahora que sólo somos asfalto y desde nuestros
hombros ya no brotan racimos de estrellas.
Hay
tardes en las que solo hay parlantes figuras que como fantasmas errantes no encuentran
su forma en los lugares donde aún flotan nuestras almas. Están repobladas de
otras charlas, lentas; de otras figuras, opacas; de otros sueños, turbios. La huella de nuestras siluetas repele otros nuevos
colores.
Y
ahora, muchas noches, hago con las palabras lo que tu boca hizo con la mía. Para inclinarme en un baile de cortejo al
pasado, y en mi vaivén siempre te encuentro allí, inmóvil y solo, mirando al
vacío, aunque aún no lo sepas.
Porque hoy tengo que decirte que ésta noche he
venido a despedirme besando la huella que quedó sobre mi piel en aquel banco, donde
una vez me senté a tu lado, con el murmullo de la fuente que bañada por los celos nos susurraba que viviésemos aquel instante, porque no volvería a repetirse aquella
imagen tuya y mía.
Porque
los muros de la catedral no podrían volver a soportar ese disoluto despertar
del sueño de todos sus siglos de vida.
Imagen: Agnieska Nienartowicz
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