Mientras
terminaba de estirazarse en la cama el locutor de radio exaltado comenzó a
gritar de fondo:
- ¡Y no se olviden esta noche de contemplar la
luna más blanca de la historia, porque no volverá a repetirse hasta dentro de…!
Agarró
la almohada y la lanzó contra la radio, sintiéndose triunfante por su puntería al
verla tirada por los suelos. Escuchar la voz del locutor en un sonido
indescifrable como si se tratara de una mosca
encerrada en un bote de cristal le produjo una sensación de júbilo que la impulsó
a saltar de la cama.
Ya
estaba cansada, llevaba toda su vida obsesionada con la bóveda celeste y la luna.
Tenía un calendario en el que señalaba los días de luna llena, los de nueva. Se
cortaba el cabello, se enamoraba, tocaba la guitarra en la ventana y jugaba a
la lotería en luna creciente. Para no hacerles daño, abandonaba a sus amantes
en luna menguante, también aprovechaba esos días para ser más moderada y
reflexionar con calma sobre su vida, ya que con luna creciente o llena se
disparaba, y tomaba las peores decisiones.
Esa
noche, como de costumbre, ella y su gato se sentaron en el alfeizar de la ventana a contemplar la luna.
Ambos habían perdido su miedo a las alturas, el vértigo ya era solo un recuerdo divertido.
-¿Sabes
gato?. Hoy es la luna de nieve, estoy segura que no quieres saber la historia.
Creo que llevamos demasiadas noches perdidas contemplando esas lunas de sangre,
azules, amarillas, eclipsadas de un modo especial cada vez…y siempre, ¡no sé
cómo lo hacen! –“bla bla bla, ¡corran! que no va a volver a pasar este fenómeno hasta que casi estiren la pata”.
Es decir que lo verán otros y tienes que aprovechar ese
momento único y mágico o sino pierdes la oportunidad de tu vida. ¿Pues sabes
qué? ¡Que estoy harta!, harta hasta de su reflejo en el mar, es una cobarde que
no se atreve a tocarlo de verdad.
Tenemos que ir pensando en dedicarnos a contemplar otras cosas. ¿Qué te
parece?.
El
gato se restregó sobre sus piernas pasando entre el velo de su camisón blanco.
Dio un respingo, pero antes de alejarse de la ventana, miro la luna una vez más. Una especie de nostalgia se apoderó de ella.
Entonces
se dio cuenta de que la luna era un holograma en la medida en la que nadie podía tocarla, que llevaba demasiado tiempo sola allí arriba, contemplando siglos de caricias
de amantes, siempre a solas con su frialdad.
Sintió
que había demasiada vida dentro de ella, que quería derramarla sobre la
presencia y no sobre la soledad, que llevaba demasiado tiempo escondiéndose
dentro de sus historias cantadas, la
música de su guitarra, el brillo de los diamantes detrás de los escaparates, las
fiestas de risas eternas que se deforman bajo sus caretas al amanecer. Aferrada
a historias imposibles, a distancias, inaccesibilidades y esperas por miedo a
sentir de verdad.
Y
empezó a llorar, ¡odiaba llorar!, pero esta vez no sabía si era de pena, o de locura, o de alegría o simplemente por comenzar a ver de un modo que hacía que le picaran los ojos. Y entonces miró a su gato y le dijo con una
sonrisa un tanto triste pero brillante:
-No
quiero eso, no lo quiero más, ahora ya solo quiero entregarme sin miedos a
alguien cercano y posible. Dormir y despertar con él cada día. No tener que
soñarle, ni esperarle. Quiero sentir sus pisadas, su piel, su presencia a mi
lado y dentro de mí, quiero sentirme vulnerable, quiero amar. Solo quiero eso
gato.
Quiero
dejar de ser como la luna.
Imagen: Fabián Pérez
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