Si me tocas, mi piel se salpicaría de tu huella como un campo en una tarde nevada
bajo unos pasos, los tuyos.
Y ¿sabes
qué pasaría? que dejarías al descubierto mi carne enterrada, el verde ya
ausente, la flor quemada por el frío inerte.
Enmarcada por la tuya mi forma se perdería. El cielo solo vería tu silueta sobre mi sombra.
La
noche mecería lentamente mi danza transparente, donde tu curva y la mía se perderían
entre la mañana y el rocío, pero antes, un anillo de diamantes
sobre la brizna de tu suspiro insertaría.
El
sol de puntillas sin hacer ruido se bebería el néctar que en la oscuridad tú y
yo hubiéramos derramado. Como una bailarina descalza, salpicaría de sudor los
prados, y al final por salvarlos me secaría.
La
sombra de los pájaros anidaría sobre mi superficie helada en el breve instante que
queda del día, para recordarme que el tiempo se acaba, y que el calor, cortante e hiriente romperá mi capa fina.
Sin
embargo, el recio ocre cansado de creerse vivo, está cansado del frío. Le
duele saber inertes y lejos sus hojas a los pies del olvido.
Entonces ocurre, me
rindo, me descubro para que cubras suavemente mi vello espigado y lo envuelvas entre tibias caricias.
¡Hazlo!, haz que tu forma se funda con la mía. Derríteme en un abrazo que me devuelva a la vida.
¡Hazlo! y prométeme que este cosquilleo no cesará nunca, que nacerá del cielo y se desplomará entre tibias gotas doradas, que en cada estación despertará entre gélidos cristales de espejismos. Que siempre estará el valle de tus brazos en esta
danza del agua y del abismo.
¡Ven! susúrrame que es posible teñir el cielo del campo de tus ojos y una lágrima de felicidad
embadurnará de colores los tallos más hermosos.
¡Ven!,
te espero como la hoja trémula en la brisa, como el hueco que deja el
firmamento para la luna, como la mañana que llega al día con prisa.
Quiero
volver a escuchar el sonido alado de las mariposas que vienen a beber el frescor tras el sabor del frío.
Quiero volver a ser, si es que sin ti ser he sido.
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