LA TRAVIATA




El olor a desodorante en spray llega hasta el salón y se le clava en la garganta.  Sale del baño, la camisa blanca impoluta, el cuerpo bronceado, la piel aún húmeda ya ha hecho suya la madera especiada del perfume; A duras penas recuerda la última vez que sintió en su boca ese contraste olfativo en torno a su miembro erecto. Recuerda lo mucho que le excitaba el olor de la mezcla fluida que se generaba entre ambos. Recuerda todo esto mientras está leyendo la conversación  que comenzó hace una semana.

-          “ – Me alegro de que hayas dado el paso, no quiero que pienses que yo tengo una cita con cualquiera, sinceramente encontrar a alguien en esta aplicación que merezca la pena es complicado. Me considero un hombre muy sensible que está cansado de tanta monotonía y vulgaridad. En ti he percibido algo más que morbo, eres una mujer especial, con una mentalidad abierta, llena de vida… explorémonos,  tengo unas ganas terribles de saborearte, aún sin haberte visto en directo…”.

Como un adolescente que inaugura su primera salida estival, los pasos de él se distribuyen apresurados entre el baño, la habitación y el vestidor. Una de las veces se para en seco y la mira.

-          Cariño, me preocupas. Desde hace días te pasas las tardes enteras en el sofá viendo películas de serie b, y no sé si te has dado cuenta pero estás bebiendo más vino de lo habitual. ¿por qué no quedas con alguna amiga y te tomas algo fresquito?.  Las vacaciones se hacen largas, ya sabes.  Yo voy un rato a tomar unas cañas con unos colegas del trabajo, no llegaré tarde. Por cierto, ¡para ya de escuchar esa ópera por dios, es grotesca!.

Ella le mira, no sabe si se le nota. Disimula por miedo a que se refleje algo del dolor que le oprime el pecho. Las palabras se frenan agolpadas y estrangulan su garganta; el dolor asciende y le retuerce la glotis, la saliva sale a borbotones, quiere escupirla pero se la traga.  Siente que está comiendo cristales rotos.

La puerta se cierra tras él. Pulsa el icono de la app con forma de llama y lee.

-          Cielo, estoy saliendo ahora mismo. Muero de ganas de conocerte.

Ella se levanta, se dirige hacia el equipo de música, vuelve a darle al play, la ópera vuelve a sonar y sube el volumen; se sirve una copa de dorado vino, se la bebe de un solo trago y la vuelve a llenar. Va al baño y se desnuda delante del espejo. El cabello desaliñado, la palidez del rostro sin maquillar, la camiseta de algodón gastada, los pezones sin sujetador se dibujan como la única fuerza en su cuerpo, los labios están resecos pero conservan todavía una forma sensual. No entiende cómo puede tener aún una imagen hermosa- las sombras más profundas no están en el exterior, quizás uno se seca por dentro antes de hacerlo por fuera- piensa. Se sienta desnuda, cruza las piernas, coloca la copa de vino helado entre los muslos, el contacto le excita- el dolor siempre le mojó tanto como el placer-. 

Enciende un cigarro, coge el móvil y le responde:

-          Alfredo, no llegues muy temprano. Dame tiempo para sacar tus cosas a la calle.

La traviata cumple acordes que van a la par que el timbre y los puños que aporrean la puerta. Sube el volumen al máximo hasta que los golpes dejan de percibirse.

Enreda camisas en sus brazos, se desprende de ellas como si de madreselvas secas que la estrangularan se tratase, las vuelca precipitadamente en bolsas azules, azules como los sueños. Los sueños de niña que se esfuman de aquella escena junto a las últimas notas musicales.

“Ah! Godiamo, la tazza, la tazza e il cantico, la notte abbella e il riso; in questo, in questo paradiso ne scopra il nuovo dì ”





Imagen: Byung Jun ko




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