¡OSTRAS PEDRÍN!







Pasaba mecánicamente las hojas del catálogo de oferta especial de Navidad del centro comercial de turno, mientras Juan continuaba su discurso imparable y hundía el dedo en la loca que le acababa de traer su prima segunda.

-¡Mira que traerte dulces, a quien se le ocurre!. Yo no entiendo cómo en los hospitales no ponen más controles. Deberían de tener detectores para ver lo que la gente trae camuflado a sus familiares y amigos enfermos. ¡si es que el hombre es un lobo para el hombre!. Bueno aunque una ostra también puede ser un lobo para el hombre, ¿eh amigo?, y sino que te lo digan a ti jajaja…

Su cabeza puso en off la voz de su colega, mientras el movimiento sordo de sus labios y el de sus ojos orbitaban a modo de satélite alrededor de la loca de cartón piedra.

El recuerdo de la noche anterior del  treinta y uno aún le provocaba unas ganas incontenibles de ir al baño. Solo de pensar que la Navidad volvería otra vez el año que viene sentía escalofríos.

Las imágenes comenzaron a aparecer en su mente a modo de cascada irrefrenable.

Mientras iba colocando en un plato las perfectas ostras y se sumergía en la quimérica anestesia de unas navidades de revista, sonó hasta casi fundirse el estridente timbre del interfono. En cuestión de segundos, el libre y salvaje olor a mar en calma, se transformó en un tsunami de gritos y portazos. Fue en ese preciso instante cuando una de aquellas suculentas conchas emitió su olor más fétido. Sin embargo, era tal su nivel de perturbación, que no pudo sino hacer caso omiso a sus sentidos y llevar mecánicamente el suculento manjar a la mesa donde todos le esperaban.

Su hermano no paraba de rascarse la cabeza compulsivamente mientras le caía la caspa sobre el medio aguacate con salsa rosa que se estaba comiendo; su cuñado le daba una colleja y bromeaba con que dejara de rascarse el último cuerno que le había salido, mientras su hermana aguantaba la risa y le daba una patada sin disimulo alguno por debajo de la mesa. Indignada, se levantaba su cuñada golpeando con el pecho siliconado la sopa de picadillo que se derramaba sobre el vestido de Tommy Hilfiger de las bodas de oro de su madre, que la llamó guarra y le dijo que le pagara la tintorería. La agraviada le hacía la peseta desde la puerta y se llevaba en volandas a los mellizos que andaban haciendo el molinillo a sus primos con los langostinos tigres, mientras estos le propinaban patadas y le lanzaban huevos rellenos hasta la puerta del ascensor, que se cerró y casi aplasta a su hermano que seguía rascándose la cabeza ya casi a manotazos.
La mano de su padre temblaba bajo el pulso del miedo mientras se servía el último culillo de la botella de vino. Su madre le quitaba la copa de un tirón, manchando de nuevo el vestido de Tommy Hilfiger que ya parecía más uno de Desigual. Entre gritos, llantos y plegarias la mujer vaciaba el líquido rojo en el pascuero, llamándole borracho y sentenciándolo, por sus santos ovarios, con que la tintorería le iba a tocar pagarla a él.

En mitad del caos, estaba su mujer; inmutable, comiendo a dos manos como si nada estuviera pasando; mientras la veía comer reconocía en ella el mismo rostro que cuando hacían el amor; inerte, frío y ausente.

Fue entonces cuando sus dedos fueron directos a la ostra en mal estado, no hizo falta acercar la nariz, su sexto sentido le dijo cual de entre todas era la elegida.

Un poco después entre uvas y champagne, cuando el estómago se le partió en dos, una ambulancia lo sacó de allí y le salvó la vida en todos los sentidos.

-…  aunque yo sigo sin entenderlo, ¡con lo mal que huele una ostra podrida!, yo me pregunto cómo pudiste tragarte eso, en serio Pedro, tú no tienes paladar ni “palarecibir” como dirían los chinos jajaja...

La voz de Juan volvía a desaparecer entre carcajadas. Lo miró y siguió pasando las hojas del catálogo especial ofertas de Navidad como si nada; solo se detuvo en un artículo “Docena de ostras extras por tan solo 13,33 euros”. 

-A ese precio, y con un poco de suerte… – pensó.

Entonces sonrió para sus adentros, se le achinaron los ojos a modo de placer encubierto y por primera vez en muchos años sintió una especie de paz interior.




Imagen: Fabián Pérez


Comentarios