Luis
subió las escaleras de cuatro en cuatro, nervioso y enfadado como de costumbre. Sin
aliento abrió la puerta, saludó en voz alta y dejó la barra de pan sobre la
encimera de la cocina.
El
silencio era mayor al de otras mañanas. Se asomó a la habitación y su padre no
estaba acostado esperándole para el aseo como cada día.
Se
alarmó y empezó a abrir las puertas de todas las habitaciones hasta que lo
encontró sentado frente al piano. Su rostro estaba descompuesto cubierto de la
palidez que sella las derrotas de los héroes que llegan hasta el final. El
pijama estaba manchado, derramada por el suelo la taza de café parecía un puzzle
sin montar.
-
¿Qué haces aquí? ¿A qué hora te has despertado
hoy?
-
Más bien aún no me he acostado.
-
Anoche te dejé al piano y…
-
Sí, desde anoche estoy aquí.
- ¡Esta es una de las cosas más estúpidas
e inútiles que has hecho en toda tu vida!. ¡Si quieres morirte muérete, pero dímelo para que no
pierda más el tiempo en cuidarte hazme el favor!. ¡Siempre fuiste un egoísta!.
Su
padre seguía con la mirada perdida, opaca como las hojas que se van descamando
en un húmedo otoño.
Desde
que enfermó hacía ya tres años, acudía diariamente a cuidarle, lo
hacía deprisa y de malas formas. Cada día
le hablaba peor y le gritaba más. El anciano callaba en silencio mientras añoraba el recuerdo de esos momentos que por hermosos no mueren nunca y se pasean por el alma como una
góndola en un canal al atardecer.
Después
cuando se marchaba, aparecía el sentimiento de culpa y le llamaba por teléfono
para pedirle perdón. Pero al día siguiente no podía remediarlo y volvían a
salir sus demonios.
Ese
día tras los gritos el padre le sonrió con ternura. Y él volvió a gritarle
pensando que se reía de él.
- Hijo mío, no, nunca me reiría de ti. Tu dolor al
verme así tiene que ser muy grande para que me hables de ese modo. Cada día que
me gritas y sales por esa puerta, pido a tu madre donde quiera que esté que te
ayude con ese sufrimiento y que me lleve con ella. No sé cuánto me queda de
vida, pero aunque aún no hubieras nacido daría lo que me quedase si eso pudiera
aliviarte.
Sí, soy viejo como un
liquen seco, lento como la espuma del mar en un día sin olas, el olor de mis
viejas tripas trepa hasta mi boca como una zarza retorcida, espinosa y oscura.
Mis sueños dejaron ya de hacerse posibles, el recuerdo de lo que era a veces me
parece que no ocurrió nunca. Cada día escarbo miserablemente en la vida como un roedor en busca de alimento para subsistir, mi cuerpo mira hacia el frente pero mi cabeza está girada hacia atrás.
¿Pero sabes qué?, no
quiero que sufras por mí, porque cuando mueren tus sueños, y el recuerdo se desvanece, el dolor
desaparece. Y tú hijo mío, tienes rabia y dolor y eso significa que aún estás
lleno de vida.
Quiero que hoy atravieses esa
puerta y no vuelvas nunca más. Déjame apagarme sin que tu dolor me recuerde que
el amor que te ofrecí fue menor que el miedo que engendré en ti. Déjame
descansar y marcharme sabiéndote libre.
El
joven se tiró al suelo, agarrado a sus rodillas llorando como un niño pequeño.
Roto como jamás lo había estado en su vida.
El
padre puso la mano temblorosa sobre su cabeza sin atreverse a acariciar al hombre
al que de niño jamás había sabido mostrar un ápice de afecto. Cuando estuvo a punto de retirarla, la mano
cayó como la luz sobre la mañana.
Y
entonces, él también rompió a llorar, porque al tocarle, le llegó al alma todo
lo que la mente tenía sepultado por miedo a sentir. Fueron tantas las imágenes, fueron tantas las
sensaciones que volvían, que el cuerpo empezó a dolerle de un modo fulminante y
cayó desplomado sobre el teclado que quebró patinando entre notas.
Luis levantó el rostro, observó el cuerpo inerte, se sentó en el filo de la silla
agarrándole por la cintura, la cabeza yerta quedó pegada a la suya. Los dedos
se deslizaron sobre el teclado y comenzó a tocar “ It was a very good year”
mientras sus lágrimas se abrían paso entre las dos mejillas unidas.
Imagen: Pascal
Campion Art
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Felicidades Inma
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