El cielo dibujaba a llamaradas rojas el trazado de dos coches en una competición.
El pedal del Duesenberg gris era sobre un baile de tango, el tacón. El volante, una falda al viento negra de encaje.
Dos viernes al mes, Carla y Emma deslizaban a toda velocidad sobre cuatro ruedas su cortejo en el asfalto. Al llegar a meta se apareaban como dos gatas en celo en la habitación número treinta y tres del parador de golf a modo de asalto. Sus encuentros se cerraban entre sensuales ronroneos y tiernos arrumacos de amor. Nada era tan hermoso; ni si quiera el canto de un Dios.
Cuando acababan, y sacudiendo de su cabello negro los restos de ducha, Carla corría galopante dejando tras su paso pequeñas gotas en forma de diamantes. Mientras, asomada tras una nube como una luna brillante, tras la puerta de aquella habitación Emma semidesnuda la despedía radiante.
No es que Carla estuviera enamorada de Raúl, pero mantenía su matrimonio con el pretexto de sus hijos. Ni tan siquiera un ápice de conciencia asomaba sobre la verdad, de que eran solo sus miedos los que la alejaban de su libertad.
Para Emma, una soñadora adicta a las historias sin final, aquella forma de relación era un puente maravilloso para seguir volando sin tocar tierra, al estilo de Campanilla en Peter Pan.
Sin embargo, conforme aquella puerta del parador se cerraba los viernes. Carla se acomodaba a una vida sin apuestas teniéndolo todo de modo aparente. Mientras Emma, que era un ser lleno de vida, se iba apagando con el frío de la distancia, la espera y las promesas incumplidas.
En las ocasiones en las que Emma no podía más y se quejaba de la situación, era casi aún peor. Carla aprovechaba esos reclamos como excusa para alimentar sus miedos y desaparecía sin dar señales de vida por un tiempo. En esas ausencias donde ella se dedicaba a llenar sus lágrimas de nicotina y su estómago de vacío, abriendo y cerrando días desde el sofá hasta la cama. Carla buscaba evadirse entre furtivas piezas en forma de duetos o de tríos.
Carla recibía mensajes eliminados que por miedo al abandono Emma no se atrevía a pronunciar. En ellos la tristeza y la desesperanza ante la situación quedaban sepultados en su corazón.
Uno de aquellos Viernes, Carla tuvo que ralentizar la velocidad al volante al ver que Emma no la secundaba en su carrera de amantes.
Rota y sin poder contenerse más, puso el manos libre y le envió un audio de lágrimas y cal.
Ambas se miraron desde el espejo retrovisor, midiendo miedo, tristeza, rabia y amor.
La parte de Emma inocente, esperaba que Carla se bajara del coche, y fueran juntas en un solo vehículo para siempre. La otra parte sabía que Carla tenía aún mucho camino por recorrer, y que desaparecería de nuevo envuelta en su elegante BMW. Y así fué.
Carla aceleró, y el turismo negro con sus brillantes luces como un dragón enfurecido en la oscuridad de la noche se esfumó.
Emma dió un volantazo y la primera salida cogió, perdida en una inercia de confusión. Llegó a casa, se secó las lágrimas y nunca más lloró. Dicen que cuando se rompe el corazón los trozos se clavan en el alma para siempre, y ya ni el frío ni el calor se sienten.
Meses después el abrazo de una mujer enmarcaba su cuerpo en una cama y se sintió extraña junto a aquella presencia tan cercana. Su cuerpo y su piel desprendían tensión. Sin querer se clavó las uñas imprimiendo unas marcas como de pequeñas sonrisas en los pálidos muslos y no sintió dolor. El deseo de sentir a Carla abrazándola hacía contraste con la neutralidad de aquel cuerpo, desquebrajando la escena entre jirones de hiel emanados de su sexo.
Carla intentaba vivir una nueva historia que le permitiera amar a medias, y mientras bajaba las escaleras anestesiada tras su último encuentro, la sonrisa de Emma le llegó a la garganta en un silente lamento. Un mensaje intentaba llenar el vacío que la nueva presencia dejaba en el rebosante recuerdo del olvido. Sus dedos borraban y volvían a escribir una y otra vez desde la yema de sus dedos" Emma, te quiero y quiero amarte sin miedos". No se vio con claridad si lo envió al final.
Emma escribió este relato en el trayecto de cercanías del tren. Nunca antes le pareció tan corto el final de un tramo al bajarse en el andén. Sumergida por el tumulto de los pasajeros, como una ola que llega a la orilla, del túnel del que venía salió desprendida. La invadió una extraña sensación de despersonalización y de irrealidad. Escribió un mensaje de despedida a la cita que la esperaba y su mente corrió irremediablemente hacia el sueño intangible de Carla. No se vio con claridad si lo envió al final.
No sabemos si Carla y Emma decidieron buscar amores a la medida de sus miedos o a las de su amor. Si eligieron vivir o soñar, o si lograron darse cuenta de que ambas cosas eran verdaderamente inseparables en un mundo mejor. Quizás vivieron de un modo diferente al que viven la mayor parte de los seres que suponen que existen, esos de los cuentos donde se comen perdices.
Comentarios
Publicar un comentario